viernes, 19 de noviembre de 2010

Nueva derecha versus nueva izquierda

El debate sobre la invariabilidad tributaria del royalty, según se dice, obtuvo el respaldo de Escalona y Lagos W. para impedir que la DC -o un grupo de ésta- se fuera de la Concertación.

“¡Momios!”, Le gritaba Palestro a la derecha en el Parlamento en los años 60 mientras la izquierda lideraba las luchas sociales. Hoy esa derecha abre el debate sobre cómo constituirse en “nueva derecha” que le permita gobernar un ciclo largo. En tanto, la izquierda no debate nada, y algunos dirigentes partidarios persiguen a los centros de estudios que no son de su “línea de pensamiento”. Se merecerían que ya alguien en el Parlamento -pues la calle ya lo intuye- les grite “¡momios!”.

¿Qué ha ocurrido para que la izquierda, de larga tradición intelectual y permanentemente crítica del orden desigual y de libertades restringidas, se haya desdibujado en discursos de autoalabanza por la administración de la moderación de la desigualdad y por el apoyo a la cristalización de un orden constitucional claramente centralista y autoritario? ¿Qué sucedió para que temas básicos del pensamiento marxista e incluso liberal fuesen abandonados en nombre del “interés superior” de la nación, cuando ésta claramente pertenece más a unos que al mayoritario “otros”?

Responder estas interrogantes no es simple. Sin embargo, se pueden adelantar algunas ideas. El triunfo del No en 1988 marcaba la derrota electoral de la dirección del proyecto autoritario y neoliberal, pero no su derrota político-institucional, que se suponía se realizaría en la transición con el amplio respaldo social y legitimidad nacional e internacional de la Concertación. Ese propósito no se concretó, pues no hubo nueva Constitución y tampoco reforma al sistema económico, que impidiera seguir reproduciendo las desigualdades vía una estructura tributaria regresiva, la concentración monopólico-financiera y la pérdida del control sobre los recursos naturales.

El debate sobre la invariabilidad tributaria del royalty, según se dice, obtuvo el respaldo de Escalona y Lagos W. para impedir que la DC -o un grupo de ésta- se fuera de la Concertación.

Entonces, si una coalición no sirve para concretar un programa, menos servirá para conquistar un gobierno. Se podrá argumentar que la “correlación de fuerzas” no lo permitía, que la DC no estaba disponible, que la sensibilidad de la ciudadanía no estaba disponible para conflictos agudos.

Está bien, pero mientras eso ocurría hicimos muy poco para ciudadanizar la política, organizar al pueblo, respaldar la prensa democrática, apoyar la educación pública y la organización estudiantil, o en vincular a los intelectuales críticos con los partidos, entre otras cosas. Es decir, se abandonó todo el aprendizaje gramsciano de consolidar una hegemonía en los centros de producción de las ideas y la cultura, alentando la creación libertaria, audaz, contestataria, capaz de entusiasmar a las generaciones jóvenes y renovar a los viejos.

A su vez, en el mundo del trabajo se desalentó la sindicalización sin ponerla en la agenda programática y respaldando a una burocracia que perdía legitimidad ante sus asociados, y con ello los partidos de izquierda fueron perdiendo su columna vertebral, para transformarse en partidos de funcionarios públicos y militantes de la tradición sesentera.

La “renovación socialista” se fue haciendo liberal en lo económico y conservadora en lo cultural.

Se comenzaron a justificar las destituciones de funcionarios que apoyaban la educación sexual en los liceos; se echó de cargos públicos a aquéllos que promovían las campañas por el uso de anticonceptivos entre los jóvenes; se amenazó a parlamentarios que abogaban por las libertades individuales, constituyéndose un pensamiento autoritario y conservador en la izquierda que le modificó su identidad bajo el argumento de que todo era válido con tal de mantener la Concertación, pues de otro modo perdíamos el gobierno, y si se perdía el gobierno perdía el pueblo.

Es decir, un sofisma autojustificatorio del abandono del espíritu crítico, de la capacidad transformadora para enredarse en algo parecido a la reflexión del marxismo autoritario: nosotros representamos los intereses del pueblo y quien esté contra este pensamiento es un enemigo del pueblo.

Bien, una tarea clave es reponer la legitimidad del pensamiento crítico y de reclamar coherencia con las prácticas políticas. No se trata de terminar la alianza del centro con la izquierda o de “matar” a la Concertación, sino que se trata de revitalizar a la izquierda para que exista, con pensamiento propio y nuevas identidades -ni escondida en el progresismo ni chantajeada por el centro-, como expresión de mayorías, en vez de conformarse con lánguidos apoyos electorales.

En este sentido, hay que rescatar la virtud de tener un programa claro, pues las cosas no pueden relativizarse tanto como para abandonarlo en pos de lo menos malo.

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