martes, 30 de noviembre de 2010

La refundación de la Concertación


Modificar la actual alianza opositora constituye un cambio mayor en la política chilena.

Porque, aunque derrotada en la última elección presidencial, esta coalición conserva la primacía del Senado y un cantidad muy importante de diputados en una Cámara sin mayorías. Muchos alcaldes y miles de chilenos militan en las filas de los partidos que la integran.

Esta aleación entre el mundo social-cristiano y parte de la izquierda, puntal político de la oposición a la dictadura, se pensó en su momento como enteramente improbable, pero hoy es crucial para entender los últimos 25 años de la política chilena.

Hay muchos factores que explican racionalmente ese nuevo frente que surgió como resultado de cálculos diversos y de nuevos escenarios internacionales, como el fin de la Guerra Fría. Pero lo que no se puede olvidar jamás en la decisión de concretarlo es el aprendizaje histórico que interpelaba a constituir una fuerza capaz de alcanzar la mayoría. Es evidente que ninguna renovación debe modificar esa premisa, que ha hecho de esta alianza una fuerza poderosa en la sociedad chilena.

Lo anterior no hubiera sido posible, sin embargo, sin una actitud de reconocimiento y tolerancia de la diversidad ideológica y cultural de los miembros de la coalición. Ello ha implicado aguantar una dosis de malestar constante, pues la nave nunca ha navegado completamente en la dirección deseada por cada uno de los tripulantes. Las batallas comunes por la democracia, la gestión conjunta del Gobierno y el sistema binominal han sido el cemento que ha hecho posible esta larga convivencia.

Si bien el escenario político actual es menos dramático, la reciente derrota, la fragmentación y el desgaste que la produjeron, y las trasformaciones socioculturales de la sociedad chilena, apremian con intensidad a las fuerzas que componen la Concertación a hacer cambios y construir una opción nuevamente atractiva. Mal que mal, la identificación con la Concertación pasó, de 27% en agosto de 2009, a un 21% en octubre de este año, de acuerdo a la encuesta del Consorcio de Centros de Estudios, y su evaluación como coalición de gobierno pasó del 61,6% en 2007 a un 37 % en 2009, según la encuesta UDP.

Esta tarea supone revisar con atención dos ejes básicos de consenso que la constituyeron en su origen: el político-electoral y el programático. ¿Cuánta coherencia programática es posible alcanzar hoy entre los potenciales participantes de una nueva Concertación?

¿Qué diferencia hace en su eficacia electoral la formación de un nuevo pacto? De no zanjar estas cuestiones, la oposición se dirige a una probable derrota en los próximos comicios. El tiempo juega en contra.

Hay que tener en cuenta algunos datos políticos básicos. El primero es una derecha organizada, en el Gobierno y a la ofensiva en la agenda. Esto debería hacer natural coordinar y concentrar fuerzas para ejercer una oposición influyente.

El otro es el acuerdo instrumental ocurrido en las pasadas parlamentarias, que permitió la elección de tres diputados comunistas y que respondió a un compromiso ético con el perfeccionamiento de la democracia, más que a una lógica de conveniencias electorales. En esta línea, la Concertación se comprometió a realizar, por primera vez, primarias abiertas y vinculantes para elegir sus candidatos en las próximas elecciones municipales.

Hay muchos temas específicos que instalan piedras de toque a la hora de actuar en conjunto; éstos van desde los derechos humanos en Cuba, hasta el aborto y la eutanasia. Pero la respuesta es simple: cualquier «refundación» de la Concertación debe conservar el ánimo de reconocimiento y valoración de la diversidad que la animó en un comienzo y que cautivó a la ciudadanía.

Sabemos que estas discusiones tienen el costo de apartar a las fuerzas políticas de la agenda pública, proyectando un espectáculo narcisista. Pero ni modo: la realidad es que el debate está aquí instalado y no va a desvanecerse. Mejor hacerse cargo de él cuanto antes. Sin miedo.

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