Desde una perspectiva mundial, en Chile estamos viviendo una situación excepcionalmente positiva. Debemos asumirla con responsabilidad, sin delirios de superioridad y con realismo. Nos queda mucho camino por recorrer antes de alcanzar el desarrollo y, en un mundo integrado e incierto, no estamos exentos de las repercusiones adversas del entorno exterior.
Es cierto que en la mayor parte del planeta ronda el pesimismo, especialmente en los países más desarrollados. En Estados Unidos, aumenta la frustración; el Presidente Obama está a días de perder el control del Congreso; su estrategia de exagerar el gasto público no funcionó. Japón, la segunda economía del mundo, ya no es tal: se encuentra estancada, fue superada por China y experimentó dos abruptos cambios de Jefe de Estado en lo que va corrido del año.
Gran Bretaña, después de un cambio de gobierno, intenta reconstruir su economía mediante severos e inevitables recortes presupuestarios. Alemania, Bélgica, España, Italia, Grecia y Portugal también se han visto forzados a disminuir sus presupuestos, revisar las prestaciones sociales y aumentar los impuestos.
Escribo desde mi escritorio, donde la frustración ha desencadenado la furia colectiva: huelgas y protestas llevan una semana en Francia y no se sabe cuándo terminarán. Centenares de liceos han cerrado y sus estudiantes encabezan violentas manifestaciones por la iniciativa del Presidente Sarkozy de subir de 60 a 62 años la edad de jubilación. El sistema previsional está quebrado y, si no se limitan sus beneficios, su déficit será insostenible. Todos estos países y sus gobiernos antes se creyeron imbatibles y con fondos ilimitados.
Nada parecido sucede en Chile. Con razón el Presidente Piñera y su comitiva han sido calurosamente acogidos en Londres, Berlín y París, en reconocimiento de la estabilidad política y de los logros y proyecciones de la economía chilena. Una conjunción de positivos factores, en su mayoría incubados en reformas que se suceden por décadas, más el favorable precio del cobre, auguran para Chile un crecimiento económico cercano al cinco por ciento para este año, y aún mayor para el próximo.
Este contrapunto admirable para nuestro país es riesgoso: nos puede enceguecer. El creciente orgullo nacional puede traducirse en soberbia y prepotencia frente a los extranjeros. A la vez, la autocomplacencia puede postergar urgentes reformas pendientes para diversificar y hacer más productiva nuestra economía; para racionalizar nuestro anquilosado aparato público y para hacer más justa nuestra sociedad. Son muchas nuestras deficiencias y muy grandes los peligros provenientes de un mundo interconectado como para creernos superiores, satisfechos e invulnerables a las adversidades de la globalización.
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