martes, 18 de enero de 2011

Un año después

“Hace un año que yo tuve una ilusión…”, dice una famosa canción presente en los repertorios de muchos intérpretes latinoamericanos. Me nace evocarla.

Nadie cambia su gabinete si todo está funcionando bien. Si los cambios son menores, es que las fallas también lo eran. Si se trata de cambios mayores, entonces el problema era mayor.

Si además implica un cambio en la lógica política con que se constituyó el anterior gabinete —y la llegada de Allamand y Matthei así lo indican—, entonces la crisis era más sistémica y el cambio apunta a corregir no sólo las carteras con nuevo ministro, sino que también la marcha del gobierno en su conjunto.

Es el diseño original mismo lo inservible y creo que no sin dolor, así lo concluyó el Presidente.

No servía un equipo que presumía de técnico cuando la gestión de gobierno es necesariamente política. La crisis de Magallanes fue de gestión y despilfarró en ella un capital político que echará de menos. No tiene sentido debatir sobre la validez técnica de eliminar el subsidio al gas.

Si la medida se justificaba, el balance es peor. Es la ineptitud de transformar en realidad algo justo y los ejecutivos se miden por sus resultados, no por sus diagnósticos. En la crisis de Magallanes convergieron todas las insuficiencias del diseño original de gobierno.

No servía tampoco esa distancia con los partidos, con los parlamentarios y más en general con la gestión política. No es bueno menospreciar el esfuerzo colectivo. Varias cabezas piensan mejor que una, por brillante que esta sea; mejor aún si han tenido fogueo en la inhóspita jungla estatal y no sólo esas ilusiones infundadas de excelencia con que muchos llegaron.

A un año —un cuarto del período de gobierno— había ya demasiadas chapucerías y precipitaciones de mal final, como para seguir justificándose en las malas herencias recibidas. Era un gobierno “reguleque” y se imponía un cambio radical en él. Apostaría que la decisión presidencial será bien evaluada por la opinión pública.

Sin embargo, no basta con el cambio de algunos nombres para que las fallas se superen. Aunque suene a ironía, es necesaria una nueva forma de gobernar. Para no terminar en nuevos líos, es inevitable un diseño más colectivo, menos avasallador y omnipresente. Hay ahora cinco presidenciables en el gabinete.

Hinzpeter, Golborne, Lavín, Allamand y Matthei. La cancha de su carrera será el gobierno. Sus posibilidades dependen de que a éste le vaya bien. Serán activos en dotarlo de mayor profundidad política, tendrán voz más fuerte, reclamarán más diversificación mediática y no veo a varios de ellos tolerando pasadas al pizarrón o maltratos.

Parte de esa profundidad política supone también un trato distinto a parlamentarios y partidos, tanto de oposición como de gobierno. Ambos son indispensables para llevar a cabo las “7 reformas” anunciadas para este 2011, claves en la evaluación final de este gobierno.

La autocrítica tácita tras tan completo cambio de diseño en el gobierno tiene también efecto en la oposición. Para los derrotados es común ver a los triunfadores con un cierto halo de invencibilidad. Es el sentimiento de que lo hicieron mal, la resignación aprendida en que no pueden ganar.

Pues bien, ese halo de invencibilidad se ha debilitado. El cambio de gabinete deja manifiesto que es un gobierno que comete errores y da señas de discutible calidad en muchos ámbitos. Lo percibió la población. Lo reflejaron progresivamente las encuestas.

Hoy no solo el gobierno tiene la oportunidad de recomenzar. El futuro está más abierto. La Concertación puede ahora entender mejor que no sólo ella necesita superarse. Es más evidente que podría ganar el 2013. Pero eso supone dejar atrás la imagen de penitente autoflagelante absorto en discutir alianzas partidarias. Debe reconstruir su interlocución con ese pueblo que ella misma engendró y que en parte la abandonó, no por poco izquierdista, sino por ausencia de modernidad y de sintonía con sus nuevos sueños.

El cambio de gabinete abre, como dice la canción, nuevas ilusiones en todos.

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