En La suma de todos los miedos, un filme dirigido por P. A. Robinson en 2002, se narra la historia del estallido de una bomba sucia en la ciudad de Baltimore, en un ataque perpetrado por nazis con el fin de provocar un conflicto nuclear entre Rusia y los Estados Unidos. De producirse esta conflagración tan temida por todos, las consecuencias serían devastadoras. Pues bien, desde la aprobación de la “gran” reforma educacional (que de “gran” no tiene casi nada) entre el Gobierno y una mayoría relativa de senadores de la Concertación, todos los miedos se han sumado en lo que concierne el futuro de la coalición.
A decir verdad, lo sucedido con la reforma educacional no debiese suscitar sorpresa, ya que desde hace años se observan profundas diferencias en la propia Concertación sobre cómo asegurar calidad revirtiendo el declive de la educación municipalizada.
Aún más: varios habíamos alertado sobre los riesgos de división e incoherencia involucrados en una reforma educacional promovida por el Gobierno; esto es, en un tema en el que la derecha es mucho más homogénea que la centro-izquierda. En el centro de esta controversia en la que se combinan confusiones, dudas y algo de ignorancia, lo que se juega son distintas concepciones de la educación pública.
¿Es pública la actividad educativa, sus mensajes y contenidos, independientemente de las características del sostenedor y de la propiedad del establecimiento en el que se imparte? ¿Basta que los recursos económicos sean fiscales para que la educación así financiada sea pública? O bien, ¿la educación es pública —municipalizada o estatal—, porque sólo allí se garantiza el cemento de una comunidad de ciudadanos, eso que se llama civismo y pertenencia a algo más importante que la familia?
Es a estas preguntas que la Concertación ha sido incapaz de responder de modo coherente, y es considerable el riesgo de que algo parecido suceda ante posibles reformas de la política pública de salud. En ambos casos, una oposición de centro-izquierda racional debiese orientar sus respuestas y su conducta legislativa nutriéndose de su propio programa de gobierno (que no existe), sin eludir el vago (pero real) deseo popular de reformas que es registrado por las encuestas de opinión.La paradoja de esta suma de todos los miedos es que sólo un partido se encuentra sometido a un plan de pago indefinido de los costos del psiquiatra: el PS. La hemorragia de dirigentes sigue latente, puesto que en los últimos dos años han abandonado sus filas A. Navarro, J. Arrate, ME-O, C. Ominami y, hace poco, el diputado Aguiló.
La paradoja es que el desangre tiene lugar en la izquierda de la coalición, ya que por su derecha nada similar es siquiera imaginable (desde Schaulsohn hasta A. Zaldívar, un proceso en donde el retiro sin decoro de J. Ravinet debiese bastar para despejar la fantasía del gobierno de unidad nacional).
No tengo ninguna duda de que, para salir de este infierno concertacionista, la llave se encuentra al interior del PS, dada su condición de partido bisagra entre los socios. Llegó el momento de usarla, para lo cual es preciso aceptar la antipatía popular como dato y hacer oídos sordos a la denuncia gubernamental de una oposición obstruccionista (que no existe, ya que la mitad de los proyectos de ley han sido aprobados desde marzo del 2010, lo que sólo se logra con los votos de la Concertación).
Por torpeza propia, lo que queda es la sensación obstruccionista, explicable por la cacofonía entre las distintas partes de la oposición.
J. A. Gómez, el líder del radicalismo, no se equivoca al apurar los plazos y procesos mediante procedimientos que regulen las controversias, incluso amenazando con su propio retiro de la coalición; es decir, mediante el suicidio entusiasta.
Pero, al mismo tiempo, yerra en la estética del nuevo nombre de la coalición (una insípida “opción democrática”) y, sobre todo, en el itinerario, puesto que la nueva marca debe ser la consecuencia, y no el inicio, de un proceso refundacional que también debe ser explicado en sus formas, metas, obligaciones y derechos de las partes, y naturalmente en su contenido, del cual nadie habla.
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