domingo, 8 de agosto de 2010

La DC, la Patria y el Bicentenario

Esta es la hora de la identidad. ¿Se puede proponer un proyecto de futuro que no esté enraizado en la historia propia y en la historia compartida? El Bicentenario nos interpela como chilenos y también como democratacristianos en términos de una necesaria reflexión sobre nuestro lugar en la historia nacional.

Nos identificamos con los valores de la república que empezó a gestarse en 1810, la que se funda en dos vertientes doctrinarias y dos valores esenciales: la libertad y la igualdad de ciudadanos que se hacen responsables del bien común, sobre la base de un estatuto de derechos individuales que establecen un límite al poder del Estado. La igualdad y la libertad son el cimiento de la historia que se inicia en ese entonces. Esa igualdad, que en el siglo XIX se redujo al ámbito civil, y esa libertad restringida, devinieron en igualdad social y participación política. Fue el paso de la república liberal a la república democrática.

La Democracia Cristiana proviene del republicanismo cristiano; de aquella vertiente que hizo suyas las libertades modernas como complementarias a la tradición cristiana. La DC nació en el seno del Partido Conservador y se separó de él y de todas las corrientes políticas que a lo largo del siglo XX opusieron progresivamente el valor de la libertad con el valor de la igualdad; el de individuo y comunidad. Eso fue lo esencial del social cristianismo en el período de entreguerras.

Muchas de las proposiciones que se hicieron en ese entonces han perdido validez, como el corporativismo, que devino a la postre en autoritarismo. Lo que no se puede negar es que nuestra tradición social cristiana ha sido fiel a la vocación republicana y democrática.

En nuestra historia partidaria hemos cometido muchos errores, qué duda cabe, y los hemos asumido con auténtico espíritu de autocrítica. Lo hemos hecho sin complejos, porque han sido errores políticos, pero lo que nunca ha variado es nuestra adhesión a la democracia a secas, aquella fundada en la libertad y en la igualdad, esa democracia que no es protegida ni popular.

Jamás coqueteamos con los autoritarismos y totalitarismos del siglo XX. En eso, no nos hemos perdido nunca.Tenemos una interpretación de la historia de Chile a partir de los dos pilares que constituyen la tradición republicana y que nos identifican. No nos interesa una historia ideológica que nos afirme en nuestros propios prejuicios. No la necesitamos. Porque no es el pasado lo que nos mueve y nos convoca, es la tradición.

La tradición de los valores de la libertad y la igualdad —a los que hemos querido sumar los de comunidad, solidaridad y justicia social— que significó la fundación de la república. Son valores universales, pero para nosotros tienen unos rostros, una tierra, unos dolores que son constitutivos de aquello que en 1810 se llamó la patria. El patriotismo entonces —un concepto tan degradado más tarde por el nacionalismo— era el amor a esa comunidad humana que tenía un nombre y que se llamaba Chile.

Podemos decir, como chilenos y democratacristianos, que somos hijos de esa tradición que hemos tratado de cuidar y que nos mueve profundamente a construir la patria que se hizo república y que se hizo democracia. Ese es, en definitiva, el significado profundo de nuestro “Movimiento Amplio por la Renovación” (MAR): se trata de un gran acto de amor por Chile.

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