Justo hace 41 años, en la localidad de Woodstock, ubicada cerca de Nueva York, finalizaba el histórico festival del mismo nombre. Esa mañana, y ante medio millón de hippies que llevaban por lo menos tres días sin bañarse, un joven guitarrista afroamericano se paró frente a la multitud: lucía un traje a flecos, un paño rojo en la cabeza para contener su voluminosa cabellera y una llamativa Fender Stratocaster blanca, sostenida por su virtuosa mano zurda.
Tal como si fuese una deidad, aquel personaje lo primero que hizo fue decir unas palabras de amor y paz, para recordar el trasfondo de la épica reunión: claro que no todos entendieron el emotivo mensaje, porque a esa hora muchos estaban absolutamente volados. Después de ello sus dedos literalmente explotaron, sacándole verdaderas chispas al instrumento. En total fueron 17 las canciones que alcanzó a tocar esa madrugada, las cuales fueron suficientes como para dejar escrito con fuego su nombre entre los inmortales del Rock. Ese hombre de aspecto estrafalario era Jimi Hendrix, el gran Jimi Hendrix...
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