martes, 21 de septiembre de 2010

O'Higgins frente a Carrera

El país político siempre se ha dividido entre o'higginistas y carreristas, y en el siglo XX esto arribó a la polarización ideológica. A veces esto ha quedado entre algunas pocas familias santiaguinas, aunque en los últimos 100 años la discordia se reflejó en claras preferencias políticas. La izquierda, que pone el acento en una cultura política más explícita, ha situado a Carrera dentro de su panteón. La derecha, en general menos consciente del significado de estas preferencias, por instinto tiende hacia O'Higgins. Entre ambos polos se orientaron las preferencias del Chile cultural y político. O'Higgins y Carrera combaten batallas después de muertos, aunque es más que probable que no sean aquellas por las que los dos se empeñaron.

Esto no quiere decir que "la batalla de los Padres de la Patria" del siglo XXI sea menos real, sólo que quizás corresponde a una desfiguración del O'Higgins y el Carrera de carne y hueso.

En José Miguel Carrera aparecen los destellos del jefe militar brillante y terrible de tiempos revueltos, con hechura de creador, aunque limitado en sus alcances. El halo romántico que lo envuelve en el recuerdo corresponde a una personalidad real, sólo que no de la fibra del constructor de Estados -el estadista, en suma-, sino que su tipo se relaciona más con los caudillos hispanoamericanos del XIX, a la vez fundadores y demoledores de las repúblicas. Su trayectoria después de la Patria Vieja, su iniciativa titánica de lograr apoyo en Estados Unidos, como al enmarañamiento en los conflictos internos de Argentina -su hueste degenera en una banda más, maldecida por las poblaciones de nuestros vecinos-, culminó en la tragedia de su ejecución.

A Bernardo O'Higgins le correspondió dirigir lo más importante del momento del parto de la república, y no sin razón se lo puede llamar "Libertador". Título convencional, de acuerdo, pero por algo existen las convenciones. Fue más allá de su actuación como líder militar valeroso, lo que todos le reconocen. Desde un comienzo asume una responsabilidad política y juega la carta del bando moderado. Con el poder supremo, cometiendo errores y excesos dispersos aunque gravosos, su orientación se dirige a la organización política de la república. Ése era su norte y el de Chile en los años 1820, que incluyó su propio sacrificio al renunciar ante la alternativa del caos o el despotismo.

Los ensayos del Libertador y de sus sucesores son los que explican la convergencia posterior -liderada por Portales y Prieto- hacia un orden, del cual evolucionó la naciente democracia chilena. Investido de un poder en la práctica casi omnímodo después de Maipú, convoca en mayo de 1818 a una Comisión Redactora de la Constitución: "Hallándose el Estado, por las circunstancias difíciles que se han visto hasta hoy, sin una Constitución que arregle los diversos poderes, señale los límites de cada autoridad y establezca de un modo sólido los derechos de los ciudadanos, a pesar de haberme entregado el Gobierno Supremo sin exigir de mi parte otra cosa que obrar según me dictase la prudencia, no quiero exponer por más tiempo el desempeño de arduos negocios al alcance de mi juicio".

Por ello el general Bernardo O'Higgins es considerado el principal Padre de la Patria, apelativo que no debe llamar a endiosamientos ni ditirambos, sino que a ver a hombres y sucesos en la ambigüedad general de la vida humana. Bien que haya reconciliación simbólica con Carrera, pero que no se olvide el horizonte de la fundación y la jerarquía, y con ello a los otros Padres de la Patria (ésta es mi opinión): Pedro de Valdivia, Diego Portales, Andrés Bello.

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