martes, 22 de junio de 2010

Pinochetismo del siglo XXI

Seguramente 20 años de derrotas electorales no son nada. Probablemente, el gradual proceso de distanciamiento de la sociedad chilena con un periodo exento de garantías mínimas para la existencia de un estado de derecho puede (y debe) ser revertido. O posiblemente la mayoría añoramos los años de dictadura, pero necesitamos que otros la reivindiquen para atrevernos a salir del “armario ideológico”.

Difícil entender los supuestos que guían el comportamiento de quienes podrían creer que ha llegado el momento de arreglar cuentas con la historia, de terminar con una versión tergiversada y homogénica de los hechos del pasado. La verdad es que resulta absurdo constatar que quienes se empeñan en rehabilitar sus propios roles - olvidan que los únicos que intentaron imponer una versión oficial - fueron los que disfrutaron de un poder sin contrapeso durante 17 años. Es por eso que - a menos de cuatro meses de gobierno de la Coalición por el Cambio - las polémicas declaraciones del ex embajador en Argentina y del propio hermano de Sebastián Piñera, ni siquiera podrían responder a la necesidad de equiparar un debate que haya sido anulado con los mismos medios.

Aunque se apunte al supuesto totalitarismo moralista impuesto por los detractores de Pinochet, la versión erigida durante los últimos 20 años, ha sido una historia con derecho a réplica, una versión resistida por sectores conservadores, pero paulatinamente asumida por quienes entendieron que esta vez era la sociedad - y no los aparatos gubernamentales - la que castigaría la insistencia en justificar lo injustificable. Curioso - que a diferencia de muchos civiles que colaboraron con el régimen militar - así lo entendiera el propio ejército, al asumir con entereza el precio de la responsabilidad institucional en las violaciones a los Derechos Humanos cometidas al amparo de la dictadura.

En este contexto, la visión reivindicativa - expuesta por Miguel Otero y José Piñera - no sólo representarían un desaire para las víctimas de un régimen de fuerza, sino además revive un escenario de monopolio electoral, de desencuentro entre grandes sectores de la civilidad y las instituciones armadas, y de postergación inaceptable de la incorporación de valores humanos irrenunciables para la convivencia social. En el fondo, la relativización de hechos traumáticos para la dignidad e integridad de las personas, terminó representando el peor escenario para quienes entendieron que el voto de confianza ciudadano, se supeditaba al quiebre definitivo con las lealtades o silencios del pasado.

Ciertamente, es difícil negar la trascendencia que el régimen de Pinochet ha logrado para la institucionalidad política y la estrategia de desarrollo económico vigente en el país. Aún así, la mayoría de sus antiguos partidarios debe asumir irremediablemente - que en el Chile del siglo XXI - no se erigirán estatuas, ni referentes para rendir tributo a uno de los precursores del orden económico que se impuso en la región y el mundo. La irrupción de una sociedad más libre, crítica y desarrollada lo impide.

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