sábado, 12 de febrero de 2011

Qué significa refundar la Concertación

Qué significa refundar la Concertación

Qué duda cabe: la Concertación ha dejado de existir. Es esta conclusión la que se desprende de los dimes y diretes de los presidentes de los cuatro partidos concertados, tras un errático comportamiento legislativo a lo largo del 2010, una que otra mayoría relativa para aprobar proyectos de ley del Gobierno y el abandono de la coalición de dos diputados, René Alinco (ex PPD) y Sergio Aguiló (ex PS). Efectivamente esto no da para más, como así lo prueba la declaración conjunta leída (y ya no improvisada, lo que da luces sobre la gravedad de los dilemas del conglomerado) por el timonel del PS, Osvaldo Andrade, en la que se subraya el compromiso de los 4 partidos de recomponer totalmente a esta coalición de centroizquierda. El problema es que, llevado a la realidad, nadie sabe exactamente qué significa “recomponer” —una opción minimalista— o “refundar” a la Concertación —una alternativa tan maximalista como ajustada a la complejidad de la actual coyuntura.


Tras 20 años de gobierno ininterrumpido y uno de oposición paupérrima, “refundar” significa antes que nada desechar dos ejercicios estériles, porque de ellos nada se podrá sacar en limpio ante la imposibilidad de llegar a acuerdos. El primero consiste en concordar en un balance de dos décadas de hegemonía gubernamental, y el segundo en entenderse sobre las razones de por qué se perdió en la última elección presidencial. Tesis “corta” versus tesis “larga”, o el vaso medio lleno enfrentado al vaso medio vacío.


Algunos podrán objetar —con la apariencia del sentido común— que si no es posible concordar en estos dos ejercicios elementales, será imposible reconstruir la coalición. Y es cierto:


precisamente por ello es que lo único que cabe hacer es refundar esta alianza política sobre nuevas bases, en donde el futuro tensiona la práctica del presente. En cuanto al balance, cada cual experimentará la historia de estas dos décadas a su manera, hasta que la reflexión de los intelectuales —también ella divergente— cruce el umbral de los partidos y se transforme en el cemento de la memoria colectiva, aquella que perdura. Así fue en España y Francia tras más de una década de gobiernos de izquierda en cada caso, y así será en Chile.


Siendo diferentes todas las demás cosas, para refundar es importante distinguir entre el proyecto y el programa, en donde el primero posee una vida útil muy superior al segundo, al dibujar ideas gruesas de reformas para aproximarse a una sociedad deseable (pongamos por caso en 20 años más). Se debe entonces comenzar con un proyecto poblado de metas de mediano y largo plazo, el que deberá ser diseñado por fuerzas sociales y políticas. ¿Cómo hacerlo de verdad?


Inventando un foro político y social de carácter permanente, formado por varias decenas de personas representativas y legitimadas por organizaciones sociales y partidos. Es ese foro el que deberá nutrir de ideas de proyecto a la política opositora. En cuanto al programa, éste vendrá por añadidura y cuando corresponda, en donde manda el largo plazo (eso que antaño se llamaba proyecto histórico), lo que resta dramatismo a la identidad de los redactores.


Ciertamente, en este diseño de coalición política y social entre el centro y la izquierda existen obstáculos y riesgos. El primero de ellos es la desconfianza del mundo social hacia los partidos.


El segundo, la capacidad de la propia sociedad civil que se siente de centro o de izquierda social en generar representantes y liderazgos claros (¿quién o quiénes, por ejemplo, y de qué modo surgirán las representantes del mundo feminista?). El tercero, la amenaza de absorción de los partidos por la sociedad civil. El cuarto, la posibilidad siempre presente de manipulación de la sociedad civil por parte de los partidos. Finalmente, el escepticismo DC sobre su propia capacidad en encontrar eco social en esta esquiva sociedad civil, entendiendo como tal asociaciones, ONGs, sindicatos, gremios, federaciones estudiantiles, etc. Todas estas manifestaciones de desconfianza deberán ser superadas por reglas y procedimientos, algo así como una Constitución que permita vivir juntos a estos dos mundos que fueron separados a partir de 1990.


En todos los casos, los plazos se tornan urgentes, lo que exige un itinerario que no puede superar el calendario útil de este año. Tengo conciencia del juicio de insanidad que esta columna despertará en los hábitos de quienes fundaron la Concertación y entre aquellos que se acomodaron a sus inercias, pero si se quiere disponer de una garantía de seguro éxito para la próxima contienda presidencial, no veo otra alternativa que esta insanidad guiada por la razón.

No hay comentarios: