En cinco meses más nacerá un nuevo Estado: Sudán del Sur. Así se desprende de los resultados del referendo en el sur de este país africano a mediados de enero. Casi cuatro millones de votantes ratificaron la secesión de Sudán por 98,83 por ciento.
El Presidente sudanés, Omar Al Bashir, aceptó públicamente el resultado, iniciando así el proceso de separación definitiva, que deberá concretarse el próximo 9 de julio.
A primera vista, esto da la impresión de un proceso extremadamente civilizado de división territorial. En realidad, el nacimiento de este nuevo Estado es la culminación de una larga historia de violencia. Durante 20 años, Sudán fue escenario de dos sangrientas guerras civiles -entre el norte musulmán, respaldado por el gobierno en Jartum, y el sur, cristiano y animista-, que llegaron en 2005 a dos millones de muertos.
En 2003 estalló un nuevo conflicto en la región occidental de Darfur, que se tradujo en una crisis humanitaria que causó 300 mil muertos y 2,7 millones de desplazados, según cifras de Naciones Unidas. Esta finalmente motivó la intervención de la ONU y la Unión Africana, a través de miles de fuerzas de paz.
A raíz del conflicto en Darfur, la Corte Penal Internacional ordenó en 2009 el arresto del Presidente de Sudán por crímenes de guerra y lesa humanidad, convirtiendo a Al Bashir -quien llegó al poder tras un golpe militar en 1989- en el primer Jefe de Estado en funciones que es requerido por dicha corte.
Así, el futuro nacimiento de Sudán del Sur deriva de un largo y brutal conflicto que la comunidad internacional fue incapaz de resolver. El fracaso de las numerosas sanciones sobre Jartum así lo demuestra.
Y queda aún por delante comprobar si efectivamente el gobierno de Omar Al Bashir cumplirá su palabra, considerando que en los próximos meses los representantes del norte y del sur deben zanjar aspectos clave, como la delimitación de las fronteras, el reparto de los ingresos por concepto de la exportación de crudo -los principales yacimientos están en el sur, pero para exportarlo se tiene que usar el oleoducto que cruza el norte- y la situación de la disputada región fronteriza de Abyei, rica en reservas de petróleo.
Además, Sudán del Sur deberá resolver otros gravísimos asuntos. El analfabetismo afecta al 85 por ciento de su población, unos 140 mil refugiados se aprontan a regresar, pero la futura capital, Juba, carece de infraestructura y servicios apropiados. Sin perjuicio del empuje de sus habitantes, el futuro de esta nación dependerá en gran medida del apoyo que entregue la comunidad internacional. En congruencia con su política de defensa de la libertad y la democracia, Chile probablemente no podrá omitir algún gesto de ayuda.
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