El domingo 3 de octubre se cumplen 20 años desde la reunificación alemana. Coincide también con un momento bajo en el compromiso de la Alemania de posguerra con la unidad europea. Ambas cosas están directamente relacionadas.
El único en Europa, el pueblo de la ex República Democrática Alemana (Alemania Oriental o RDA), no tuvo que calificar para ingresar a la Unión Europea (UE). La unificación de Alemania los convirtió automáticamente en miembros plenos. A los alemanes del este no se les pidió nada por este extraordinario beneficio. Tampoco se les educó en el proyecto europeo y en el singular rol de Alemania (basado en su historia) en la construcción de un hogar europeo común. Todos los otros países del extinto bloque soviético (Polonia, Hungría, Letonia, etc.) tuvieron que trabajar duro para ingresar a la UE, tanto en las complejas calificaciones formales como por los años de aprendizaje para hacerse “europeos” en un sentido pragmático. Para estos países, entrar a “Europa” era una meta por largo tiempo buscada y, finalmente, un celebrado logro. Alemania Oriental nunca transitó por esta curva de aprendizaje.
La apertura del muro de Berlín enfrentó a la gente del este a una dislocación económica y un estrés social enormes. La mayor parte de sus esfuerzos han ido dirigidos a lograr una paridad, aún incumplida, con la Alemania occidental. La necesidad igualmente importante de aceptar una identidad como alemanes en una Europa más amplia ha quedado estancada muy por detrás. Los alemanes del este necesitaban atender más sus obligaciones europeas que sus vecinos orientales, porque la RDA les había enseñado (especialmente a los jóvenes) que no cargaban ninguno de los fardos del pasado alemán: toda la culpa recaía supuestamente sobre Alemania Occidental.
Triste es decirlo: esta conveniente doctrina fue ampliamente aceptada. En Varsovia, a fines de los ’80, una guía turística polaca advirtió esta actitud en los grupos de estudiantes alemanes a quienes escoltaba. Al preguntarles si querían visitar el sitio del ghetto de Varsovia, los alemanes occidentales siempre señalaban su necesidad de hacerlo, pero los de Alemania Oriental invariablemente se negaban, diciendo “eso no tiene nada que ver con nosotros”.
Esta mentalidad, enmarcada en el prolongado aislamiento físico y social de Alemania Oriental, contrastaba agudamente con la apertura hacia Europa que había sido el rasgo característico de los alemanes occidentales desde la guerra. Ahora, dos décadas después, los alemanes del este están integrados en Alemania pero no en Europa. La UE no es algo que ellos eligieron ni menos por lo que trabajaron, de manera que no se identifican con ella. Compartir las obligaciones que están en el centro de la integración europea sigue siendo ajeno a personas que ven a “Europa” como una abstracción distante y cara.
A través de Alemania, una nueva generación no tiene recuerdos personales de la larga lucha de su país por ser aceptado como un Estado europeo responsable y entiende poco del complejo sistema de acuerdos que afinca la identidad nacional de Alemania en una identidad europea más amplia. Políticos alemanes de todo el espectro desdeñan hoy abiertamente las obligaciones de la unidad europea en términos que ningún partido alemán occidental hubiese empleado hace una generación.
Esta mentalidad introspectiva tiene sus orígenes en la experiencia de la unificación nacional. Los inmensos costos han amargado a los alemanes por los gastos de construir Europa. Peor aún, la mentalidad política del este está permeando crecientemente al discurso político a través del país, un panorama que es más provinciano, anti-extranjeros y nacionalista que patriótico. La reacción ante la crisis financiera de Grecia reveló un nuevo parroquianismo alemán, a la vez nacionalista y corto de vista.
De hecho, ninguna sociedad de Europa ha ganado más con la integración europea que Alemania, la que perdería rápidamente su prosperidad sin los mercados europeos. Una Alemania en paz con todos sus vecinos y sostenedora de un hogar común europeo fue la obra de los líderes alemanes desde Konrad Adenauer a Helmut Kohl y disfrutó de un apoyo casi consensuado de dos generaciones de alemanes de posguerra. Hoy cada vez menos alemanes piensan que Europa vale la pena o incluso imaginan que ella se interpone en cierto modo en el camino de Alemania. Esto es peligroso, no solamente por una renovada militarización alemana, sino porque Alemania sigue siendo el corazón de Europa.
En este aniversario resulta apropiado recordar a los alemanes que su proyecto nacional sólo puede prosperar dentro de una Europa exitosa. La unidad de cada una es el pilar esencial de la otra.
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